9 de junio de 2010

Nocturnidad

El Escritor que se había quedado sin palabras miraba el techo de su habitación, o lo suponía ahí, detrás de la oscuridad. Tenía la mente casi en blanco, y notaba su cuerpo completamente relajado. Se sentía dormir poco a poco. En su mano izquierda todavía sujetaba su polla y en su derecha un cleenex había dado algo de higiene a lo sucedido segundos atrás. Hacer el amor con la Actriz sin claqueta se había convertido en una guarrada desde que ella no estaba.


El último pensamiento que le vino a la cabeza fue un poco de indiferente soledad. Piensa que tal vez debió aceptar el número de móvil de la chica de anoche. O como mínimo debió correrse.


Pese a que la chica de anoche, la Señora que se lava mucho las manos, era diez años mayor que él, pese a que lo había mordido hasta llenarle el cuerpo de cardenales, pese a los gritos y las guarradas propias de la excitación que le dijo, él había visto algo de dulzura en ella.
Le gustaba cuando se quedaba muy quieta, le gustaba cómo lo miraba entonces. El beso posterior a esa mirada era lento y lindo, al igual que las caricias. La Señora que se lavaba mucho las manos bajaba la guardia, su granate se convertía en un rojo pastel. Segundos después, los dientes y las uñas volvían a entrar en acción.

Recuerda que durante horas jugaron, desnudos, y se perdieron en esa cama enorme. Se empujaban, se tiraban al suelo, se acariciaban, se lamían, follaban, se quedaban abrazados muy quietos. Se quedaban dormidos unos minutos, para luego volver a empezar.


Recuerda que cuando se fue ya era mediodía. Recorrieron toda la casa en un beso. Él quiso darle su número de teléfono, pero ella no lo aceptó. Ella le ofreció el suyo, pero él no lo quiso. Era un polvo de una noche, claro que no pensaba volver a verla. Ni ella tampoco a él.

Se arrepintió en el ascensor. La Señora que se lavaba demasiado las manos tenía magia. Pero no se atrevió a volver. Mejor así.







Se la habría vuelto a follar. Hasta enamorarse de ella tras el tercer polvo. Porque él no sabía amar, sólo sabía sufrir. Y cualquier excusa es buena para no poder dormir por las noches pensando en alguna mujer. Hasta que masturbarse se convierta en un paso más para lograr que el corazón deje de latir tan rápido y poder así conciliar un sueño lleno de pesadillas.


Tumbado en la cama, abrió los ojos como platos. El corazón volvió a latirle con fuerza y pensó que prefería acostarse con la Actriz sin claqueta antes que con la Señora que se lava muchos las manos. También pensó que prefería volver a ver a la Señora que se lavaba mucho las manos antes que a la Actriz sin claqueta.

Sonrió, y por primera vez en muchos meses se durmió en seguida, con una sonrisa en la boca y con un dulce sueño en su recuerdo al despertar.

2 comentarios:

Jessica dijo...

En la cama se han tomado las más grandes decisiones, estoy segura. La parte mala es cuando dejas compañía en la cama, te vistes y el sueño se desvanece.

Espero que te vaya todo genial :)

Besitos fuertes! Muacks!

Helena Navarro dijo...

Siempre,y por los siglos de los siglos,amaré esta entrada sobre todas las cosas.

Es enorme.