15 de junio de 2010

Eire

Stephan abrió el portal y entró en el hall. Intentó dar la luz, pero ésta no se encendió. La bombilla se habría fundido. La poca luz que entraba de la calle era suficiente para orientarse hasta el ascensor.

Pasó junto al gran terrario que presidía el hall de su bloque de apartamentos. Apenas le sorprendió verlo abierto y encontrar solamente una de las dos pitones albinas dentro. Su blanca piel parecía relucir en la oscuridad. No se molestó en cerrarle la puerta.


Llegó al ascensor, que estaba en una zona algo más oscura. Pulsó el botón. Nada. No funcionaba. Al parecer todo el edificio estaba sin luz. Tendría que subir los siete pisos hasta su pequeño apartamento andando. Mierda.



Empezó a subir poco a poco. Escalón tras escalón. Dependendiento del tramo que subía, la oscuridad era practicamente total. Solo cuando la espiral de escalones pasaba junto a un ventanal, la luz era suficiente como para intuir los peldaños.



En la monotonía del ascenso, los pensamientos de Stephan comenzaron a viajar, haciendo un resumen de lo que habían sido estos dos últimos años. Exactamente habían pasado dos años y dos meses desde que Stephan decidió huir de todo lo que le rodeaba. No sólo es que lo decidiera, sino que lo necesitaba, puesto que había empezado a sentirse morir.

Dos años y dos meses sin pasar por casa. Viajando, pasando unas temporadas en un sitio, otras en otro. Finalmente había ido a parar a Dublin, que se estaba convirtiendo en la ciudad donde más tiempo se había quedado, hasta el punto de empezar a considerar la posibilidad de establecerse. De nombrar Dublin su hogar. Había conseguido un buen trabajo. Realmente no era gran cosa, pero le gustaba, cobraba lo justo y los horarios eran geniales. Estaba saliendo con Kate, una chica que parecía jamás dejar de sorprenderlo y tenía muchos y grandes amigos. Él no se sentía feliz, pero sabía que lo era. Realmente su vida era mucho mejor a como la había dejado y se sentía satisfecho e ilusionado. La sensación de vacío y la pequeña tristeza no era más que una secuela que le seguiría siempre. Pero Stephan era feliz.

En el piso sexto, Stephan tuvo que saltar dos escalones para evitar pisar la otra piton albina, que dormía sobre el mármol. Stephan apenas se sorprendió, era una de las cosas que había obtenido con el tiempo, para bien o para mal: nada le sorprendía ya.

Casi jadeando llegó al septimo piso. El rellano estaba prácticamente a oscuras. Pero pese a la oscuridad pudo advertir una pequeña sombra acurrucada en su puerta. Parecía alguien empezando a despertar.
-¿Hola?
-Hola, Stephan... -Stephan reconoció la voz de inmediato. Hacía más de dos años que no la oía. Era Stephanie, la creía a miles de kilómetros de distancia de él. Ella había quedado atrás en su huída. Muy atrás.
-¿Qué haces en el suelo? -Se agachó a su lado. Tocando su pelo a oscuras. Tenía el mismo tacto que cuando se fue.
-Te estaba esperando... -A tientas Stephan cogió sus manos y la ayudó a levantarse. Cogida de la mano la acercó a la escalera, donde había algo más de luz. Se sentaron muy cerquita el uno del otro. Seguían sin apenas poder distinguir sus siluetas. Él paso un brazo alrededor de sus hombros y se inclinó para besarla. Realmente sólo quería besarla, no sabía dónde y, aunque lo supiera, con la oscuridad sería imposible acertar. Se sorprendió besándole un párpado, sobre un ojo cerrado. Recordó tal cual era su textura, la misma que hacía dos años.





Stephan despertó sobresaltado. A su lado sonaba el despertador. Un puto sueño, genial. Todavía era de noche o nada de luz entraba por la ventana. Le costó orientarse. En sus labios seguía la textura de esos párpados, como si se hubiera quedado grabada.
Stephanie no estaba a miles de kilómetros, estaba a unos pocos de su casa.
Se preguntó si ella había soñado algo parecido.
Encendió la luz.

Al lado de la cama, su maleta hecha.

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