13 de enero de 2011

Palabras Prohibidas




Nunca he sido un gran creyente. De hecho no recuerdo haber creído nunca en nada. De pequeño ya me mostraba realmente escéptico a la existencia de los Reyes Magos o el Ratoncito Pérez.
Las cigüeñas no eran más que pájaros mudos, grandes y probablemente estúpidos. Los niños vendrían de algún lado.
Los leones no son para nada nobles. Son perezosos y machistas. Y no existen los cementerios de elefantes.

Sin embargo aquí estoy, en uno. Hasta donde se pierde la vista estoy rodeado de miles de elefantes, todos ellos muertos. Muchos ya no conservan carne, otros ya no conservan piel. Todos mantienen intacta su fuerza.

Me siento entre ellos. En mitad de este calor invernal, de este atardecer violeta. Sé que hace meses que no llueve, pero el suelo está mojado. Los elefantes lloran. Yo lloro, sin saber muy bien porqué.Quizá porque estoy borracho, quizá porque está oscuro. Quizá porque estoy solo o quizá porque estoy perdido.

Me tumbo en el suelo y me quito la camiseta. En mi pecho sigue tatuada esa diana que me he ido dibujando casi sin querer. En una mano está la daga que pienso clavarme sin usar mis manos. Sin desearlo. En la otra está tu último mensaje, ese que me hizo llegar una lechuza ayer.

Estoy en un cementerio, solo queda hacer una cosa. Morirme.
Morirme y recordarte. Morirme para que me recuerdes.
Para poder resucitar al tercer día. Porque está así escrito.

Y resucitar a tu lado.

Y gritarnos palabras prohibidas.

1 comentario:

Juli Ferrer Boix dijo...

m'agrada el text, continua així