11 de febrero de 2010

Post No-Autobiográfico


Ella sentada sobre mis rodillas en la parte de atrás de mi coche. Su peso es minúsculo, pero aún así es mayor del que parece. Es de noche y apenas unas farolas nos iluminan. Aunque yo la veo perfectamente. Tiene el pelo sucio, que cae en mechones sobre su cara y se estira, rompiendo sus rizos, como deseando rozar esos hombros que me encantan. Tiene los ojos brillantes, abiertos enormemente, sin parpadear. No me mira. Está pensando. Mis ojos emborronan lo que ven. Veo sus defectos a contraluz. Los amo.

Mi cuello mantiene los restos de su último abrazo, mientras sus manos siguen en mis hombros. Yo bajo la mirada, miro los botones de su camisa. Acaricio su tripa. Está más blandita de lo que parece desde fuera.

Miro por la ventana, hacia la luna. Suspiro. La miro a ella. Me está mirando. Me besa una lágrima. Le sonrío y le digo cualquier tontería para que se ría. Me interrumpe con un beso. Largo. Me acaricia la cara y el cuello mientras me besa y yo le devuelvo las caricias. Es extraño que en una situación así los besos me sepan tan dulces como siempre. Quizá con un toque amargo en el fondo, como un buen café. Se separa y agacha la cabeza. Se arrepiente de ese beso. Yo no.

Me abraza y yo pienso porqué se va. Por qué esto es una triste despedida. Varias cosas pasan por mi cabeza. Pero no todas a la vez, sino una cada cinco minutos. Muero de rabia por dentro y querría salir corriendo del coche. Querría llevarte a tu casa ya y mañana empezar mi nueva vida. No será una vida sin ella, será una vida con ella, lo cual lo hará más difícil. La fuerza que le falta a ella para seguir a mi lado es la que me falta para afrontar mis días a partir de hoy. Cinco minutos después pienso en quedarme con ella en este coche toda la vida, despidiéndonos eternamente. Cinco minutos después pienso en, a partir de hoy, ayudarla lo máximo posible, en ser el mejor amigo. Cinco minutos después, vuelvo a desear salir corriendo.

Vuelvo a verla como antes. Su peso sobre mis rodillas, su pelo sucio, sus ojos enormes, sus pequeños defectos, su olor, la textura de su camisa. Ella espera que la odie, pero yo no sabría como hacerlo. Yo no sabría cómo no enamorarme de lo que veo. Deseo saberlo. Aunque en el fondo no. Y en ese momento entiendo que una lde las cosas más bonitas que he visto en mi vida la veo triste. Y en ese momento entiendo que se me ha quedado grabada su imagen en el alma.

Recuerdo otros momentos pasados en la parte de atrás del coche. No todos felices, pero sí todos preciosos. Estos asientos tienen muchos secretos que guardar. No se me ocurre un lugar más adecuado para terminar esta historia. Me limpia una lágrima con el pulgar.

Amanece.

La llevo a casa.

Y, justo entonces, me rompo.


2 comentarios:

Jessica dijo...

Qué duras resultan las despedidas y más cuando eres consciente de que es eterna.

Como siempre, me encanta!

Muacks!

Sheila dijo...

cada vez que leo algo escrito por ti me dejas alucinada,espero que no dejes de escribir nunca y que sepas que me acuerdo de que me debes una,jeje.besos.